Corazón acelerado, miedo a perder el control, desorientación, sentimiento de irrealidad, sensación de peligro inminente: son todos síntomas de la ansiedad. Si persisten y dificultan tu vida, quizá la estás padeciendo.
Síntomas de la ansiedad
Puedes sentir la ansiedad a través de distintos síntomas físicos, emocionales y cognitivos.
Síntomas físicos:
- Aceleración del ritmo cardiaco.
- Dificultades para respirar.
- Dolor en el pecho.
- Sequedad en la boca.
- Sudoración.
- Temblores en el cuerpo.
- Mareos.
- Desregulación de la temperatura corporal.
- Fatiga.
- Tumefacción de las extremidades.
- Parálisis.
Síntomas emocionales:
- Miedos a:
- Perder el control.
- Morir.
- A que el problema se repita o cronifique.
- Nerviosismo.
- Vergüenza.
- Irascibilidad y susceptibilidad.
- Irritabilidad
- Culpa.
- Apatía.
- Insomnio.
Síntomas cognitivos:
- Desorientación.
- Sentimiento de irrealidad.
- Despersonalización.
- Sensación de un peligro inminente.
Todos estos síntomas conforman lo que llamamos en psicología un cuadro de ansiedad. Suelen tener su origen en la sensación de no ser capaces de afrontar una situación pasada, presente o futura. Dicha sensación de incapacidad nace de la visión que tiene la persona de sí misma, construida a través de su historia vital.
Puede que estés experimentando algunos de estos síntomas. Acudir a terapia con un psicólogo te ayudará a darte cuenta de su origen y así poder encontrar recursos que están en ti para afrontar la situación.
Parte de los síntomas de la ansiedad son los que se producen ante una amenaza, real o imaginada
Estás en la Sabana dando un paseo –lo normal– y aparece ante ti un majestuoso león. ¿Qué cambios experimentará tu cuerpo? la respiración será más acelerada, el corazón latirá más rápido, los músculos se tensarán. El sistema nervioso central, el sistema suprarrenal y el sistema circulatorio y respiratorio se pondrán en marcha para huir rápidamente o enfrentarse al animal.
Pero, ¿qué pasa cuando la amenaza no es tan evidente como un león, cuando no puedo ni huir ni enfrentarme?
En nuestro día a día es difícil que nos enfrentemos a un león, sin embargo, muchos experimentamos los síntomas que se desencadenan ante una amenaza, ya que nuestro cuerpo está preparado para activarse cuando se siente amenazado.
Esta amenaza puede tratarse del miedo a que una situación se repita o se dé, aunque el miedo nada tenga que ver con la pérdida de la vida o la supervivencia.
Cuando la amenaza que produce ansiedad no es fácilmente identificable
En ocasiones es fácil identificar la amenaza. Puede ser un jefe que te trata mal, unas condiciones laborales injustas, una pareja que te agrede, o una experiencia traumática del pasado que revives en el presente.
Pero en otras ocasiones, ¿y si no podemos identificar a nuestro león? Difícilmente podremos enfrentarnos, huir, o resolverlo de alguna manera. Esto implica que la reacción al peligro se mantenga en el tiempo, lo que tiene consecuencias para el sistema nervioso: cansancio, problemas para dormir, cambios de peso, irritabilidad, entre otros.
Así, cuando se inicia la ansiedad, suele ser en situaciones en las que hay una sensación de no poder escapar. Como en una reunión de trabajo, en un ascensor, o en una discusión con otra persona.
Una vez que se hace presente la ansiedad, puede que esta se extrapole a otras situaciones en las que sí hay una salida, aunque tengamos la sensación de que no se puede escapar de ella.
Hay que afrontar aquello primario que se ha quedado bajo los síntomas de la ansiedad. El síntoma habla, tan solo hay que pararse a escucharlo, descodificarlo, ya que este nos habla en un lenguaje que en un principio puede ser difícil de leer y entender.
Causas de la ansiedad
Algunas causas de la ansiedad pueden ser:
- Pensamientos recurrentes.
- Situaciones vitales.
- Exigencias sociales.
- La espera.
Pensamientos recurrentes
Los pensamientos recurrentes pueden constituir un generador de ansiedad. Suelen tener su origen en el estilo de pensamiento de la persona, aunque también estar motivados por circunstancias puntuales.
Algunos ejemplos de pensamientos recurrentes son:
- Reprocharse a uno mismo lo que ha hecho o lo que no.
- Sentimientos encontrados.
- Dudas.
- Cavilar sobre los «y si».
- Pensar en que antes se estaba mejor.
A su vez, estos pensamientos generan un estado de inseguridad, provocando que la persona necesite quedarse en su zona de confort. Cuando este espacio se desestabiliza, se sale de él o alguien se adentra en él, puede generarse un estado de ansiedad.
Situaciones vitales
La situaciones vitales también pueden propiciar un estado de ansiedad. Son situaciones externas que pueden ponernos en alerta o despertarnos inseguridades, por ejemplo, cuando:
- Se está en una competición con otros, como un examen o una prueba de atletismo.
- Se nos pide que demos cuenta de aquello que sabemos, como en una entrevista de trabajo o al dar una conferencia.
- Alguien entra en nuestra zona de confort, como la llegada de un nuevo miembro a la familia o tenemos un nuevo compañero de trabajo.
- Se está a la espera de una situación traumática para nosotros, como estar en el velatorio de una persona querida o la ruptura de una relación.
- Hay una boda, oposiciones, viajes, etc.
La ansiedad se presenta en estas situaciones en las que sentimos no tener el control, quedándonos al descubierto y expuestas/os a lo que pueda suceder, lo imprevisible.
Exigencias sociales
La influencia de la cultura, la sociedad y el momento histórico también tienen que ver con la aparición de los síntomas de la ansiedad.
Una de las doctrinas sociales con las que nos encontramos en la actualidad, desde que nacemos, es el triunfo. Esto implica tener que ganar siempre a toda costa, incluso si para ello tenemos que pagar un precio excesivamente alto. Pero es imposible ganar siempre. Si en algún momento y ámbito de nuestras vidas perdemos, puede que generemos un sentimiento de frustración. Es entonces cuando suelen aparecer los síntomas de la ansiedad.
Este mandato social del triunfo se instaura en nosotras/os, como una autoridad, y se acaba asumiendo como un dicho propio. Así se forma la idea de que podemos ser la mejor versión que el otro espera de nosotras/os. Esta idea nos lleva a tener siempre que dar más y más de aquello que creemos que es necesario para satisfacer las expectativas.
Llega un momento en que nos perdemos en ello, y cuando nos damos cuenta de esta pérdida, surge una brecha en la que la ansiedad se adentra y nos alertamos de que hay algo que va mal. Nos avisa de que nos hemos perdido en ese ideal de nosotras/os mismos, del triunfo, y de ser lo que creemos que el otro quiere que seamos. Es aquí cuando la ansiedad hace que paremos y nos obliga a plantearnos qué nos sucede. Entonces nos damos cuenta de nuestras verdaderas necesidades.
Desde esta perspectiva, la ansiedad es un mecanismo que nos avisa. Nos hace plantearnos las preguntas ¿quién soy yo para el otro? ¿soy yo realmente, o soy la versión que he generado a través de lo que yo creía que quería el otro de mí?
La espera
La espera es también generadora de ansiedad. Supone dejar a un lado la satisfacción inmediata de lo que deseamos. Es como poner un tapón a lo que realmente queremos «aquí y ahora». Pero la espera es parte de la vida biológica y social de la que formamos parte. Así, hay que esperar el tiempo de la gestación para dar vida a nuestra/o bebé, o pasar el proceso de la adolescencia para llegar a la adultez. Cuando la ansiedad hace presencia, una vez más, nos alerta de que hay un temor a lo que va a suceder y a nuestra capacidad para afrontarlo.
Automatismos para aliviar la ansiedad: problemas añadidos
Es común que acabemos empleando automatismos para aliviar la ansiedad. Al final se convierten en un problema añadido. Ejemplos de dichos automatismos para aliviar la ansiedad son:
- Dudar ante la toma de decisiones.
- La prisa.
- El estrés.
- Adicciones y repetición de actos.
La toma de decisiones y las dudas
La toma de decisiones y las dudas son causantes de la angustia, y por ende, de la posible ansiedad. Desde la infancia aprendemos a elegir, en principio a través de nuestros deseos, qué queremos y qué no, o lo queremos todo.
Conforme vamos creciendo se nos enseña que, si elegimos una cosa, no podremos tener la otra. Es aquí donde surge la duda, que si nos lleva a la parálisis por no poder asumir las consecuencias de la elección –es decir, aceptar la pérdida– se genera la angustia. Esto se ve reflejado en la persona adulta cuando tiene que elegir entre lo que desea y lo que «se debe hacer».
La exigencia personal, que parte de la idea de hacer lo que creemos que el otro quiere que hagamos, vuelve a aparecer para dejarnos en la parálisis que se presenta en la crisis de ansiedad. Mediante la ansiedad –y la parálisis que conlleva– no elegimos. De esta manera, renunciamos a una posible ganancia por no asumir una pérdida.
La parálisis hace que no resolvamos aquello que nos sucede. Nos mantiene en un una zona de confort, aunque esta puede causar que no avancemos.
La prisa
La prisa es algo habitual de nuestro tiempo. Nos levantamos deprisa, comemos deprisa, vamos aprisa a todos los acontecimientos que tenemos en el día, amamos deprisa. Y es que la prisa es una buena forma de no tener tiempo para la reflexión, ni la posible ansiedad ante el darnos cuenta de nuestros deseos.
Es más fácil estar en lo que hay que hacer, en cumplir expectativas, cubrir objetivos y conseguir así la aprobación del otro. De esta manera evitamos la angustia, aunque sea momentáneamente. También así no tenemos que atender a nuestras carencias e insatisfacciones.
El estrés
El estrés de tener el control de todo lo que nos sucede y de lo que sucede a nuestro alrededor, es otra manera de aliviar nuestra ansiedad. Pero el excesivo control puede llevar a crisis de ansiedad, causando el mismo efecto que se quiere evitar.
Adicciones y repetición de actos
Otras conductas para mitigar la ansiedad pueden ser las adicciones y repetición de actos.
Un claro ejemplo es cuando esto sucede a través de la comida. Ante situaciones ansiosas se utiliza esta como objeto tranquilizador. Tanto el momento de comer como los rituales que pueden ser normales, se convierten en obsesivos y estimulantes: pensar mucho en la lista de la compra e ir a comprar, pasar excesivo rato cocinando, o sentarse a la mesa durante horas. Esto proporciona mucho tiempo de satisfacción y tranquilidad, en las cuales la ansiedad no está presente.
A esta lista de conductas que calman la ansiedad podemos añadir:
- Alcoholismo.
- Ludopatía.
- Hipersexualidad.
- Vigorexia.
- Adicción al deporte.
- Tabaquismo.
- Exceso de trabajo.
En sí, es estar en la acción que nos aleja o evade de nuestra angustia.
El empleo de ansiolíticos para combatir la ansiedad
Los ansiolíticos pueden ser útiles –con prescripción médica– cuando la ansiedad es paralizante e impide acudir a un psicólogo especializado. Pero la dependencia física y psicológica a los ansiolíticos, a largo plazo, puede pasar a convertirse en un síntoma más de nuestra ansiedad.
Los ansiolíticos tienen como función paliar los síntomas consecuencia de la ansiedad, pero no la verdadera raíz de lo que nos está sucediendo y provocando esos síntomas.
El problema de todas estas acciones es que, lo que en un principio calmó la ansiedad, a largo plazo, requerirá algo que solucione o calme ese exceso que se ha hecho. Es aquí donde el trabajo se multiplica.
Cómo tratamos la ansiedad: trabajo sobre síntomas, causas y capacidades
Si los síntomas de la ansiedad son incapacitantes, trabajaremos directamente sobre ellos. Una vez se encuentren estos dentro de unos niveles aceptables para la persona, será entonces el momento de iniciar el trabajo sobre la causa de la ansiedad.
En ocasiones no es fácil identificar las causas de nuestra ansiedad. Aquí el trabajo consiste en una revisión profunda de la historia personal, que puede estar influyendo en la actualidad.
En otras situaciones podemos identificar claramente cuál es la causa de nuestra ansiedad. En este caso, pasaremos a identificar cuáles son las áreas de la vida en las que hay un sentimiento de estar sobrepasado y la postura que se toma ante ellas.
El psicólogo te acompaña para identificar contigo cómo afrontas las situaciones diarias que te producen malestar.
Es entonces cuando el trabajo se centra en descubrir qué capacidades tienes para cambiar cómo estar en estas situaciones sintiéndote bien. De esta forma, esos síntomas que están asociados a la ansiedad, dejarán de tener la función de «avisos» y tu cuerpo no necesitará estar constantemente en alerta.
Así, aquello ante lo que antaño nos creíamos indefensos, toma una forma que actualmente reconocemos. Es ahora cuando podemos solucionar entendiéndolo, encontrando los recursos necesarios para resolverlo y haciendo uso de todo nuestro potencial.
Ejemplo de tratamiento
Rubén, de 35 años, asiste a terapia con un psicólogo.
Comenta que desde hace unos meses ha comenzado a sentir algunos síntomas que ha identificado como ansiedad.
Dice que trabaja en comercio internacional y suele hacer viajes de negocios. Siendo adolescente empezó a preocuparse por sus estudios. Tenía claro que quería ir a la universidad y llegar a ser un buen economista.
Sus padres, empresarios de éxito, están muy preocupados, y creen que lo que le sucede puede poner en peligro su puesto de trabajo. Cosa que ha comenzado a preocuparle también a él.
En primer lugar ha tratado en terapia, mediante distintas técnicas, cómo aliviar algunos de los síntomas que le estaban generando dificultad para viajar –miedo a volar– y tener reuniones de trabajo -pensamientos recurrentes de lo que los demás piensan de él–.
Así, ha podido deshacerse de parte de la angustia, y ha empezado a ver con su terapeuta cuál es la causa de que haya surgido esta ansiedad.
Repasando su historia, se ha dado cuenta de que siempre ha estado preocupado por el futuro laboral, y había dejado de lado otras áreas de su vida, como hobbies o tener y disfrutar de una relación de pareja.
Creía que a su edad tendría una familia propia y no es así. Se había visto solo inmerso en su vida laboral.
Siendo consciente de esto, Rubén ha comenzado a ver con su psicólogo qué cosas puede hacer para poder compaginar sus aspiraciones laborales y su vida personal. Ha comenzado a darse espacios para conocer a otras personas y poder dedicar tiempo a otras cosas que le gustan, sin sentirse culpable, a pesar de que sus padres sigan preocupados o piensen diferente.
Rubén se ha hecho responsable de su vida y de las cosas nuevas que desea. Los síntomas de la ansiedad apenas los siente, ya que no le hace falta que estos le avisen.
Uno de los pasos para reducir la ansiedad, cuando aparece con pensamientos rumiantes y dudas ante una situación con otra persona, es dar solamente lo que la otra persona pide. No intentar darle lo que creemos que quiere. Esto nos libera de estar pensando qué querrá el otro. Nos tranquiliza y nos reduce los síntomas de la ansiedad, además de responsabilizarnos de aquello que queremos o no hacer.
Lo importante para deshacerse de la angustia es tomar el control de la propia vida, que implica decidir y hacerme responsable de lo que deseo, qué planes quiero hacer, cómo voy a organizar mis horarios, qué proyectos quiero llevar a cabo. Es darme el permiso, sin entrar en el juego la culpa, de tener mis propias necesidades y deseos.
Dejar de ser lo que creo que el otro quiere que yo sea, o dejar de desear lo que yo creo que el otro quiere que yo desee. Es dejar de ser para el otro y ser para mí. Esto implica también hacerme responsable de que se puede perder, ya que cuando se elige hay una parte que ganas y otra que pierdes. Pero habrás salido de la ansiedad que te paraliza para que no elijas. La respuesta ansiosa ya no te servirá, porque tendrás tu propia respuesta para afrontar la situación.
La ansiedad, camino a transitar
La ansiedad es como un viaje hacia lo desconocido. Cuando viajamos perdemos parte del control que solemos tener en nuestra zona de confort.
Somos pasajeros de la ansiedad. Ella nos enseña que hay algo que no hemos visto, una parte de nosotros que no hemos visitado y, en cierta forma, nos invita a que exploremos eso que sentimos, que somos.
Se trata de un viaje interior, en el que somos nosotras/os mismas/os el punto de partida y de destino. Y tanto el uno como el otro son desconocidos. Es a través del camino, de lo vivido en él, de lo revelado, cuando podemos darnos cuenta de cuál fue el lugar de donde venimos y comprender el lugar hacia donde nos dirigimos.
De esta forma podemos completar nuestro cuaderno de bitácora, que sin este viaje estaría incompleto. En estas páginas había escritos fragmentos de nuestra historia. Posiblemente algunos con palabras borrosas o con historias por terminar. Tras este viaje –la ansiedad y el proceso de terapia– podemos hacer una lectura más clara de nosotras/os mismas/os. ¿Cómo sigue nuestra historia a partir de lo ya vivido? Pues transitándola.